martes, 19 de junio de 2012

Los Genocidas



No se necesita a Marlowe o a Shakespeare para que un pueblo o un grupo de aspecto y costumbres distintas y, sobre todo, indefenso… sea masacrado a palazos o en hornos crematorios. Está en la naturaleza humana torturar y asesinar a millones de personas, con tal de no asumir los propios fracasos. A la mayoría le falta la pizca de honestidad, empatía o compasión necesarias para no reventar a un niño contra un poste porque, bueno, alguien debe tener la culpa de todo. Así funcionamos. Así somos. ¡Qué sé yo! Aquello de darle una paliza a la mujer y a los hijos porque se empeñan en ponerme nervioso cuando, no sé, me duele la cabeza y soy un imbécil. Liquidado el tópico, paso a lo que me importa: Christopher Marlowe (1564-1593?). 




Porque me asombra y desconcierta que tanto El judío de Malta de Marlowe como El mercader de Venecia de Shakespeare produzcan escándalo por su antisemitismo en un mundo donde todos se asesinan entre sí. Claro que ambas obras son antisemitas, porque así era la Inglaterra isabelina, pero no olvidemos que el único personaje verosímil, honrado e incluso noble de El mercader… es Shylock, el "perro judío". La jugada de Marlowe es todavía más extrema: se vale de la caricatura de un judío, el perverso y avaro e inverosímil Barrabás, para demostrar apelando a la sátira más desaforada que no hay la menor diferencia entre judíos, cristianos y musulmanes: las tres religiones son ridículas y los creyentes de cualquiera de ellas no son otra cosa que malvados farsantes en busca de su propio provecho. Por otro lado, mal se puede acusar de antisemitismo a un hombre acusado repetidas veces de ateo y blasfemo (contra la Iglesia Anglicana, en su caso) además de espía, pendenciero, asesino, homosexual y otros delitos (sobre todo, el último) imperdonables. Marlowe era un hombre peligroso. Fue además el creador del teatro isabelino: antes de él, nada; después, la escuela del mundo. Asesinado, tal vez, sólo tal vez, en una pelea de taberna a los 29 años, dejó un grupo de obras tan desafiantes, valientes y geniales como él mismo. Shakespeare, en caso de que haya existido, retomó el verso blanco de Marlowe y continuó el sendero que éste había trazado (Tamerlán, Fausto, El judío de Malta, Eduardo II, etc.) para producir una obra demasiado… parecida. Por falta de pruebas concluyentes, no debería pronunciarme a favor de la "Teoría Marlowe" (resumo: Shakespeare fue un actor que firmaba las obras de Marlowe); pero, con las pruebas acumuladas hasta ahora y dada la imposibilidad de que dos genios de igual estatura y obra tan similar vivieran en la misma época, sólo por este año me apropio de la osadía y la peligrosa irresponsabilidad de Marlowe y digo que el tal Shakespeare apenas sabía escribir. Ya está dicho: "¡hártate ya, lengua, maldice (a Shakespeare) y muere!". Porque ni siquiera el vil Barrabás puede morir como un cobarde.
                                                                                                                                       Felipe Polleri